HISTORIA DE UN RELOJ


Comentario de “La sombra del púgil”, a cargo de Juan David Correa Ulloa, publicado en “El espectador” de Colombia, junio de 2008.



Por Juan David Correa Ulloa


Más allá de su especificidad, lo que importa, en verdad, es la carga emocional y simbólica de quienes lo conservan o lo desean. En este caso, la historia de un reloj es el motivo por el cual tres hermanos, en voz plural, han decidido contarnos la vida de su familia.

“La sombra del púgil”, de Eduardo Berti (La Otra Orilla, 2008), recoge la vida de dos tías solteronas, de un padre empleado e inventor de historias, de una madre rebelde pero juiciosa ama de casa y de un boxeador que perdió, con los años, la gracia del ring, durante los años setenta en Argentina.

Lo interesante es que no se trata de una novela más sobre el fracaso de un ídolo deportivo, ni de una manera de construir metáforas desde el deporte para aplicárselas a la vida. No. La novela es una muestra de destreza narrativa. Berti, quien ya había demostrado su talento en “Todos los Funes” (finalista del Premio Herralde de Novela 2004) o con “Los pájaros” (un libro de cuentos memorable), ha sabido escribir una historia un tanto extraña que recuerda por momentos la escritura del Cortázar cuentista o del Onetti novelista.

Con esto quiero decir que a partir de un estilo casi oral, con comas que llevan a más comas y digresiones que recuerdan a los dos escritores mencionados, Berti nos convierte en testigos del mundo interior de una familia de clase media cuyos conflictos son banales y cotidianos, pero que, con el discurrir del relato, configuran un universo en el que, poco a poco, comprendemos que lo que se va evidenciando es la verdadera vida.

Por ello, quien comience esta novela se sentará en la sala de las solteronas Hernández y las verá discutir por años hasta quedarse en el silencio tenso de las relaciones que se estropean por los secretos familiares. Verá a los tres narradores contemplar alelados un viejo reloj en forma de catedral que es símbolo de la familia. Verá al padre sentarse noche tras noche para contar la historia del relojero, que en el pasado fue boxeador, y verá a una madre que decide cómo y hasta dónde se cuenta la historia del boxeador o de sus hermanas.

Y los verá como muchos asistimos a la sala de nuestra casa en donde todos hablan al tiempo, en donde se atropellan las conversaciones, o a partir de un comentario cualquiera se disparan los recuerdos. Y hasta allí sentirá que el norte no está claro, que las tías Aurelia y Berta pelean por algo que no nos han revelado, que la madre de los narradores se fue de casa sin que sepamos muy bien por qué, y que Justino, un viejo púgil hijo de un relojero, no tiene mucha razón de ser en el relato pues apenas ha aparecido un par de veces para intentar arreglar el reloj (que sí, que guarda todos los secretos del mundo); ese reloj que los mira a todos como testigo mudo y que nosotros, como lectores, no terminamos de encajar en la historia.

Así, dando pasos de ciego, avanzando a tientas con los personajes, de repente Berti descorre las cortinas y cada pieza suelta, cada piñón, cada segundo y minuto de la vida de esta familia, encuentra lugar en este mecanismo que suponíamos averiado, detenido, sin tiempo. Y conocemos de primera mano una turbia historia de amor, un combate aplazado, y sentimos que este es uno de esos encuentros que los lectores siempre merecemos.